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Mi visión (La sastreria desde el punto de vista del cliente)

Muchas veces me han tildado de romántico, incluso de snob, por apostar por la sastrería tradicional, por incluirla dentro de mis fuentes de inspiración a la hora de vestir. Y es que, hoy en día, cuesta entender que una persona relativamente joven acuda motu propio a encargar un traje o a dejarse aconsejar por profesionales de un sector erróneamente asociado a una visión melancólica. Yo he tenido la suerte de nacer en una familia del sector, mi abuelo fue sastre y tener un padre que me facilitó el acceso a la sastreria tradicional y con ello a conocer el trabajo que conlleva.

La infoxicación creciente sobre tendencias y estilos, a todos los niveles, es, a mi modo de ver, un arma de doble filo, que puede llevar a desdibujar la esencia misma del buen vestir. Se pierde rigor. Se pierde criterio.

En las últimas décadas ha cambiado sustancialmente la motivación de las personas para acudir a la sastrería. No hace tanto tiempo, como fue mi caso, el acudir al sastre era casi una convención social, una tradición heredada de padres a hijos. Con 18 años acudías por primera vez de la mano de tu padre. Tampoco existían muchas más opciones y la oferta del ready to wear era algo simbólico, casi inexistente.

En la actualidad, la motivación del cliente para acercarse a la sastrería está condicionada principalmente por su conocimiento de la oferta y, en ese escaparate, las propuestas industriales hace tiempo que desplegaron todas sus armas, frente a una sastrería tradicional que parecía resistir los embates atribuyéndose un supuesto papel de guardiana de la calidad y la tradición.

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Cuando una persona afronta la compra de un traje, por que tiene un evento o por que ya ha llegado el momento de reponer alguno de los que utiliza para su trabajo, puede «conformarse» con elegir uno de mayor o menor calidad que le siente razonablemente bien, entre la surtida oferta que la confección ofrece. En su proceso de decisión no se percibe – por falta de interés, por falta de conocimiento o por falsos clichés – que existen otros servicios en el mundo de la sastrería que pueden ayudarle, sin tener que estar anclado a un clasicismo rancio, ni tener que hacer un desembolso desorbitado.

Pero, como en otras cuestiones en la vida, para llegar a formarnos un criterio todos vivimos un proceso. Para el buen vestir tampoco es una excepción y las experiencias que vayamos sumando, forjarán ese criterio. Básicamente así veo yo un posible camino.

Tengo dieciocho años y tengo que acudir a mi primer acto formal. Necesito comprar un traje, camisa y complementos básicos y no quiero gastar mucho por que no le voy a dar uso, aunque sí que me gustaría ir vestido de la mejor manera posible. Acudiré, acompañado de mis padres, a una tienda generalista esperando que me asesoren bien.

Ha pasado el tiempo y empiezo mi vida laboral. Con poco más de veinte años me gustaria dar una imagen cuidada, sin estridencias en mi primera entrevista de trabajo. Para ello decido acudir a una tienda especializada donde me ofrezcan un traje de calidad básica buscando que tenga algún detalle ya que los aprecio. Como todo, requiere que el trabajo esté realizado con criterio para dar un resultado de calidad. Hay muchas muestras en el panorama nacional que proporcionan magníficos ejemplos de un trabajo bien hecho.

Avanzo en edad, en disponibilidad y en gusto por las prendas de vestir y me doy cuenta de que la oferta, aun siendo amplia y de calidad, no responde a lo que yo requiero porque busco algo más personal. Me cuentan que hay algunas tiendas que ofrecen confección de prendas con ligeras adaptaciones a mis necesidades fisicas y a mis gustos estéticos. Me atienden adecuadamente, me presentan propuestas a partir de unos patrones standard que se adaptarán, con mayor o menor éxito, a mi fisonomía, y me ofrecen un amplio abanico de detalles que permitirán personalizar mis prendas.

Rondando la treintena, me voy a casar y, tras mis experiencias en sastreria industrial, me he dado cuenta de que se me queda corta. Busco en mis prendas algo más personal, que se adapte a mí, a mi personalidad y, por ello, decido acudir a un sastre tradicional, que desarrolle desde cero un proyecto para mi. Partiendo de quién soy, cómo soy y qué necesito. Además, podrá llevarme hasta lo que mi imaginación y su destreza técnica alcancen.

En este proceso desde el ready to wear, pasando por la sastrería industrial hasta llegar a la artesanal sintetiza el camino «natural» en la actualidad. Habrá quien se quede en la primera parada, quien avance hasta la segunda y quien quiera completar su experiencia. Todas las opciones son válidas, porque responden a una necesidad. Cada persona tiene la suya propia. Sin descartar las dos primeras opciones, creo que es absolutamente necesario ir labrando ese gusto y ese interés por lo que el sector nos ofrece. No por un mero objetivo mercantilista. Los buenos clientes con criterio hacen mejorar al profesional y viceversa.

Estoy abierto a todas las maneras de trabajar siempre que se hagan con calidad y soy tan critico con los que engañan a los clientes vendiendo como artesanal un traje que no lo es, como con aquellos sastres artesanales que por comodidad o por rutina repiten continuamente el mismo tipo de traje amparados en «éste es el traje de esta casa». Estariamos ante una satrería «artesanal-industrial» que no respondería al primer paradigna del trabajo sartorial: la adaptacion absoluta al cliente, desde el punto de vista tanto físico, como emocional.

Me gustaría animar desde estas líneas a todos los profesionales que hacen un trabajo de calidad a que lo sigan realizando, pero adaptándose a los nuevos tiempos y a las demandas de un nuevo público. Si no, esa sastrería tradicional irá languideciendo ya que sus clientes irán desapareciendo, se harán mayores, se jubilarán y dejarán de hacerles encargos, mientras las nuevas generaciones encontraran en otros lugares las respuestas que esa sastrería no les ofrece.

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Las nuevas tecnologías nos han permitido conocer a lo largo del mundo el trabajo que otros profesionales realizan manteniendo la calidad y el criterio en la factura, pero sabiendo dar respuesta a las demandas de los clientes. Ese es el camino a seguir utilizando el espejo de lo que otros hacen, siendo conscientes de que en España se trabaja igual de bien o mejor que en otros lugares y desde luego, lo digo con conocimiento de cliente, a precios mucho más ponderados.

Trabajemos juntos, cada uno desde donde le toque. A mí como cliente, a los profesionales en lo suyo y a las instituciones apoyando un sector para que esta actividad económica alcance en España lo que es en otros países. Si lo hacemos juntos, estoy seguro que podemos lograrlo. Contamos con los mimbres de la experiencia, la savia fresca y un camino claro. ¡Adelante!

Iñigo Olaizola

(Un cliente)

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