La revolución en una prenda

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La revolución en una prenda

Hoy voy a contaros una larga historia, tan larga que encontramos su origen en el 1500 a.c. Toda una vida llena de cambios, de reinvención y superación y con un final que acaba en la liberación y cuyas últimas páginas están aún por escribir. Hoy he venido a reivindicar y a dar el reconocimiento que se merece a una pieza de ropa cuyos primeros pasos empiezan en la cuna de la civilización y su andadura, continúa a lo largo de los siglos reflejando, como siempre hace la indumentaria, a una sociedad cambiante y compleja.

Hoy he venido a hablaros de la camisa.

Hace ya algunos años que he hecho de esta prenda mi vocación y mi profesión. Su versatilidad y su presencia me cautivaron hace ya casi una década. No fue hasta hace escaso tiempo que un apreciado camisero amigo mío, maestro y mentor con el que he tenido la oportunidad de compartir una etapa del camino, me dijo algo que me hizo reflexionar: “Los camiseros somos el hermano pobre del sastre” ¡Qué gran verdad! Nuestra profesión a menudo ha quedado eclipsada por el trabajo de nuestros compañeros de taller, los sastres, y no me malinterpretéis, los adoro, la sastrería en sí me parece una de las más nobles artesanías, puesto que posee una belleza inmensa y requiere de años de práctica y obstinación para alcanzar la maestría.
Pero hoy no toca hablar de estos maravillosos seres que cohabitan en los sótanos con nosotros.

Pues bien, estas ocho palabras se me quedaron clavadas en la mente y un montón de dudas empezaron a asaltarme sin piedad y entre libros, conversaciones con compañeros de profesión y Google, inicié esta lucha por dar visibilidad y fomentar la divulgación de la camisería. Porque los camiseros también existen y las camiseras, claro.

Por último y antes de entrar en materia, quiero agradecer a AES este pequeño espacio para dejar constancia de ello. Sin más dilaciones, vamos al lío. Acompáñame en este paseo a lo largo de los siglos.

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Nos encontramos en el antiguo Egipto, donde el lino ya era un “bestseller”, de hecho, se creía que la fabricación de ropa con cualquier otra fibra era impura. En este período es donde aparece una embrionaria camisa, unisex, llamada Kalasiris, una pieza en forma de rectángulo, con una abertura para colocar la cabeza. En el Imperio Romano se le añadirán mangas y adoptará el nombre de túnica manicata. En la Edad Media y hasta el siglo XIV, la camisa queda relegada a una prenda de pudor, de interior vaya, pero con una importante función, proteger la piel de las demás prendas exteriores que, en su mayoría, eran ásperas y poco agradables al tacto con la piel. Siempre de color blanco o neutro, carecía de botones y ornamentación y con la misión de cubrir el cuerpo antes de colocar la casaca o la chompa. Simultáneamente contribuirá a mantener limpia la indumentaria exterior al operar como mediación entre ésta y el cuerpo.

Es a partir del Renacimiento donde la camisa empieza una nueva etapa. Es el momento de emerger. La moda italiana ensancha las mangas y permite que éstas empiece a asomar a la altura del codo. Los alemanes incorporan las “cuchilladas” una moda de origen suizo que consiste en rasgar la superficie de las prendas exteriores dejando entrever lo que está debajo. En el siglo XVI, con la incorporación de los escotes cuadrados, la camisa masculina y femenina adquiere mayor protagonismo. Cuando se trata de hombres se exhibe una pequeña porción del escote y los bordados de las mangas. Ambas terminaciones se recogen con una lazada. A lo largo del tiempo se empezarán a incorporar elementos con una función puramente decorativa: bordados, deshilados, encajes…

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A estas alturas de la historia tenemos una camisa repleta de ornamentación, un protagonismo que durará poco, ya que a hacia finales del siglo XVIII, después de la Revolución Francesa se produce un giro importante en el guion. La limpieza en las líneas tan característica de la indumentaria inglesa hace de la camisa, otra vez, una prenda que quedará en segundo plano. Es el momento de focalizar la atención en complementos como el pañuelo o la corbata.

Nos encontramos ya a mediados del siglo XIX, momento en el que la burguesía urbana europea institucionaliza como vestimenta masculina el terno oscuro y la camisa blanca, con variantes que dependerán del protocolo y la etiqueta del momento. Por ejemplo, los volantes quedan relegados al uso exclusivo de la noche. En 1879 la firma inglesa Brown, Davis & Co. patenta la primera camisa abotonada en el delantero denominada estilo abrigo. Ya hacia finales de siglo, el aumento de la popularidad de los deportes, como por ejemplo el críquet, extenderá el uso de colores para esta prenda, pero siempre con prudencia. Es entonces cuando aparecen las camisas a rayas que, en un principio, provocan el rechazo de un gran sector de la población masculina. Hay que tener en cuenta que para las clases acomodadas la camisa blanca siempre será sinónimo de respetabilidad y elegancia. En resumidas cuentas, la inclusión del colorido provoca una gran confusión en la sociedad y es aquí, querido lector, donde todo el debate generado en torno al color de la camisa, da lugar a una combinación que aún está presente en nuestros días. La camisa de cuello y puños blancos y el resto de la prenda en un tono al gusto.

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Y llegamos a la Belle Époque, época donde irán de la mano el auge de la vida social y la figura del dandi. Grandes cuellos de lino, siempre bien almidonados, que dan lugar a una gran variedad de diseños, cuya elección dependerá de la corbata elegida. Un dato curioso es que ya por aquel entonces la empresa estadounidense Arrow ofrece más de 400 diseños diferentes. El estallido de la Primera Guerra Mundial frenará en seco el gusto por las extravagancias, que será retomado al finales de la década de los años 20 y aunque la moda a partir de este momento empezará a cambiar con mayor agilidad, todos los cambios en la camisa masculina vendrán marcados siempre por una mayor comodidad y funcionalidad.

El aumento de la confección seriada en Estados Unidos, la invención del nylon en 1939 y su posterior incorporación a la vestimenta, dan origen a las camisas de “lavar y secar” en los años 50. De ahí en adelante, se puede apreciar una gran ampliación en la oferta indumentaria, debido a una nueva generación de jóvenes que no desean parecerse a sus padres, la clásica camisa blanca queda superada por nuevos colores, telas y estructuras. Las palas del cuello empiezan a ganar tamaño e importancia, y ya en los años 60 y 70 empiezan a tomar una forma más redondeada. El almidón va desapareciendo despacio. El ajuste de la camisa masculina empieza a tener un corte más estrecho, asemejándose a la forma de la blusa femenina. Las camisas se llevan ya sin corbata e incluso con los botones abiertos. Se empiezan a fabricar versiones de un mismo modelo para hombre y para mujer.

De aquellos lodos estos barros, donde la camisa se libera de más de un siglo de restricciones, dando paso a una enorme variedad de posibilidades y convirtiéndose en una prenda más que versátil apta para todas las edades.

Una camisa puede ser tu mejor compañera para ir a la playa, para una reunión de trabajo, para una fecha señalada y especial, para ir a tomar unas cañas o incluso para acompañarte durante tus mejores sueños.


Teresa Ballesté

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